Había repasado toda la noche la carta que enviaría. Después de treinta y siete intentos fallidos por comunicarse con ella, la sonrisa que le devolvió el espejo esa mañana la convenció de que esta vez lo lograría.
La vería en la parada del camión como todos los días, la saludaría cortésmente y después introduciría la carta en la bolsa de lona que siempre utilizaba.
Calculaba que al tercer o cuarto día, cuando se encontraran nuevamente, ella sabría quién era la remitente de la carta y sucumbiría a su galanteo. Tal vez no sucumbiría, pero nada había que perder.
Sara aliso su cabello, destensó los músculos del cuello y partió al encuentro de lo que sería el final de una larga e individual travesía hacia el atrevimiento.
Al llegar a la parada del autobús sufrió arritmia, agravada cuando cayó en cuenta que no llevaba el pasaje completo.
Estaba cansada de esperar su mejor oportunidad.
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