miércoles, 8 de marzo de 2017

A través del espejo vi su sonrisa, luego se acurrucó en mí.
Quise decirle que su cabello era suave,
que sus manos sobre mis rodillas eran justas,
que el ruido de la calle parecía música,
que el viento era fresco,
que ya no era necesario tener miedo.
Supe que pensaba en el pasado, quizás añoraba,
reconocía que yo no sería eterna y así en fragmentos, me amó.
No pude moverme.
¿Cómo continuar el camino a casa si ahí, las dos, lo teníamos todo?
Creo que tembló, algo, la tierra, sus ojos, mi piel, algo se sacudió.
Fue un instante de prolongar la fuga del tráfico
de los mandados, del deber y de la duda
sus ojos cerrados y su respiración pausada,
mi cuello sudado convirtiéndome en una estatua de sal.
Me creía dueña de las palabras
pero fue ella la que supo decir buenas noches
y emprendí la vuelta,
segura ella, segura yo, que habrán pretextos para venos mañana.