La duda en el corazón de la princesa crecía, como crecen la soledad con los años, la avaricia con el dinero, y la vanidad con la vanidad.
-Nadie conoce su destino, pero, siendo princesa, es normal un poco de egocentrismo.
Sentada en el borde de su cama, observa medio adormilada su zapatilla de cristal, con la suela astillada.
- Y no es culpa del oporto fino que bebió en la fiesta de aquel Marqués francés de dudosa reputación.
En su cabeza se mezclan letras de canciones que solo la confunden más. Ojalá la vida fuera como cantar, piensa, donde, después de tres minutos y veintiocho segundos, puedes cambiar de motivos.
- La duda es sobre amor, porque todos dudamos de él, por él y para el amor.
La princesa duda ahora sobre si sabe amar o no.
- Pobre, ignora que las reglas no existen en este ámbito, dijera ella, tan propia, eso no se sabe, inaprensible, solitario, el amor se manifiesta perfecto en cada imperfección. Como el ser humano.
La princesa se envuelve en sí misma, se abruma con su pensamiento que se mezcla con el de tantos que hay queriendo desnudar el amor.
La princesa se desnuda y con cada prenda suelta las ataduras que la vinculan a este mundo. Quiere entender por qué el amor no llega, y se abandona. Toca su cuerpo. Palpa su piel.
- Ella está entrevistándose, reconociéndose.
La vida es la curiosa intervención de otros, por separado, ilusoria, circunstancial, piensa, de nuevo tan propia, intervenciones necesarias que no alivian soledades, pero que reflejan el rostro del peregrino.
La princesa, desnuda, piensa en el amante vacío a su lado.
- ¿Siempre estuvo ahí?
Su cuerpo palpita
- Ansiedad
- Placer
- Vacío
-Todo
Al mismo tiempo sigue dudando alcanzar el amor.
- Le susurro: “canta”
Ella recuerda un arrullo de su Madre y acaricia el cuerpo, también desnudo del amante. Caliente.
- Y comienza a vestirse, cantando.