jueves, 7 de julio de 2011

Sobre el amor de una princesa


La duda en el corazón de la princesa crecía, como crecen la soledad con los años, la avaricia con el dinero, y la vanidad con la vanidad.
-Nadie conoce su destino, pero, siendo princesa, es normal un poco de egocentrismo.
Sentada en el borde de su cama, observa medio adormilada su zapatilla de cristal, con la suela astillada.
- Y no es culpa del oporto fino que bebió en la fiesta de aquel Marqués francés de dudosa reputación.
En su cabeza se mezclan letras de canciones que solo la confunden más. Ojalá la vida fuera como cantar, piensa, donde, después de tres minutos y veintiocho segundos, puedes cambiar de motivos.
                               - La duda es sobre amor, porque todos dudamos de él, por él y para el amor.
La princesa duda ahora sobre si sabe amar o no.
- Pobre, ignora que las reglas no existen en este ámbito, dijera ella, tan propia, eso no se sabe, inaprensible, solitario, el amor se manifiesta perfecto en cada imperfección. Como el ser humano.
La princesa se envuelve en sí misma, se abruma con su pensamiento que se mezcla con el de tantos que hay queriendo desnudar el amor.
La princesa se desnuda y con cada prenda suelta las ataduras que la vinculan a este mundo. Quiere entender por qué el amor no llega, y se abandona. Toca su cuerpo. Palpa su piel.
                               - Ella está entrevistándose, reconociéndose.
La vida es la curiosa intervención de otros, por separado, ilusoria, circunstancial, piensa, de nuevo tan propia, intervenciones necesarias que no alivian soledades, pero que reflejan el rostro del peregrino.
La princesa, desnuda, piensa en el amante vacío a su lado.
                               - ¿Siempre estuvo ahí?
Su cuerpo palpita
                               - Ansiedad
                               - Placer
                               - Vacío
                               -Todo
Al mismo tiempo sigue dudando alcanzar el amor.
                               - Le susurro: “canta”
Ella recuerda un arrullo de su Madre y acaricia el cuerpo, también desnudo del amante. Caliente.
                               - Y comienza a vestirse, cantando.

Sopa de letras y brujas

Eran más de las dos horas de la mañana, si es que ese tiempo existe. 
El consejo de brujas discutían al abrigo de la noche, mientras, con pura disposición a homenajear a los hermanos Grimm, observaban el burbujeante caldero en el que se recocía la sopa de letras tradicional.
Yo observaba, estupefacta, desde unos arbustos, sin hacer el menor ruido por miedo a ser descubierta y tener que ceder mi cómoda soledad.
En el caldero se hervían las letras de una sopa incongruente; la ebullición funcionaba perfecta como score de la escena. Si hubiera podido aplaudir, lo hubiera hecho, aunque el hubiera no exista, por la perfecta caracterización y montaje.
Las brujas, hermosas por cierto, contradiciendo casi todas las imágenes e ilusiones que de ellas puedan tenerse, excepto, quizá, las germanas, suizas, suecas, francesas, brasileñas, japonesas, mexicanas... excepto, mejor dicho, aquellas que chocan con un imaginario colectivamente benévolo con su mito; ellas, las tres que yo observaba y recocían una sopa de letras, eran realmente bellas.
La primera, desde mi punto de vista, guiaba la conversación por rumbos desorbitados, hablaba de galaxias lejanas, magos, princesas, que habían perdido la cabeza ante una sola de sus miradas.
La segunda jugueteaba con la sopa; sus intervenciones conversacionales se sometían al azar de la letra que burbujeaba en el caldero, a, arañas, c, cabeza de coco, x, Xochimilco...
La tercera se concentraba en el fuego que alimentaba el caldero, reía, presente, bien presente, pendiente de los magos, princesas y galaxias de la primera. 
En el caldero se cocían las letras de las palabras que designarán el futuro. Ellas son las tres hermosas cocedoras de la sopa de letras del destino. 
Se desborda el caldero y un chorro de letritas se resbala y leo "aqui", sin tilde.