jueves, 7 de julio de 2011

Sopa de letras y brujas

Eran más de las dos horas de la mañana, si es que ese tiempo existe. 
El consejo de brujas discutían al abrigo de la noche, mientras, con pura disposición a homenajear a los hermanos Grimm, observaban el burbujeante caldero en el que se recocía la sopa de letras tradicional.
Yo observaba, estupefacta, desde unos arbustos, sin hacer el menor ruido por miedo a ser descubierta y tener que ceder mi cómoda soledad.
En el caldero se hervían las letras de una sopa incongruente; la ebullición funcionaba perfecta como score de la escena. Si hubiera podido aplaudir, lo hubiera hecho, aunque el hubiera no exista, por la perfecta caracterización y montaje.
Las brujas, hermosas por cierto, contradiciendo casi todas las imágenes e ilusiones que de ellas puedan tenerse, excepto, quizá, las germanas, suizas, suecas, francesas, brasileñas, japonesas, mexicanas... excepto, mejor dicho, aquellas que chocan con un imaginario colectivamente benévolo con su mito; ellas, las tres que yo observaba y recocían una sopa de letras, eran realmente bellas.
La primera, desde mi punto de vista, guiaba la conversación por rumbos desorbitados, hablaba de galaxias lejanas, magos, princesas, que habían perdido la cabeza ante una sola de sus miradas.
La segunda jugueteaba con la sopa; sus intervenciones conversacionales se sometían al azar de la letra que burbujeaba en el caldero, a, arañas, c, cabeza de coco, x, Xochimilco...
La tercera se concentraba en el fuego que alimentaba el caldero, reía, presente, bien presente, pendiente de los magos, princesas y galaxias de la primera. 
En el caldero se cocían las letras de las palabras que designarán el futuro. Ellas son las tres hermosas cocedoras de la sopa de letras del destino. 
Se desborda el caldero y un chorro de letritas se resbala y leo "aqui", sin tilde.

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