lunes, 2 de diciembre de 2013

Son promesas
                               -desesperada sostiene que la esperanza es la ilusión más cruel
Supongo que sí
                               -sigue sorbiendo el aire azufrado
A veces la sal cura heridas
                               -susurra que no, que solo son suspiros sin suerte
Insisto en las sábanas azules de la infancia
                              -las nostalgias son también crueles amantes
Sostengo con las manos aquellas persianas
                             -siniestras esconden las sombras detrás de las ventanas
Sostengo la esperanza

                               -sostienes entonces mentiras que se van en las mañanas

miércoles, 28 de agosto de 2013

Veterana de guerra

La distraída confusión se hizo cargo del momento- si bien tal declaración es algo más que caos (si es que eso es posible)-. Sin tener a dónde ir, la veterana de guerra contemplaba aquel enorme montón de escombros que habían resultado de la última gran batalla (porque las últimas batallas suelen ser arrolladoras, terribles, desastrosas). Observó sus botas, que eran de suela dura, gruesa, con las que se pueden pisar hierros al rojo vivo, pedazos de vidrio, corcholatas  y hasta crayones; la verdad es que no eran tan importantes sus botas, sino la posibilidad que le ofrecían de escalar por encima de la montaña de escombros. Vieja, ella se sentía vieja, derrotada –aun siendo sobreviviente de vez en cuando manipulaba la vida solo con intuición, automáticamente, como los pulmones purifican el aire-, y en la derrota recordaba una y otra vez la última gran batalla. Habían cientos, miles, enfrentándose con un odio heredado, impuesto por los superiores que mandan al campo de batalla almas que no son las suyas pero que les pertenecen. Recordaba el rostro de su última muerte. Era un rostro bello (honestamente, la belleza se la otorgaba por la necesidad de no admitir que era un rostro muy similar al suyo, que consideraba horrible). En el último segundo de aquel día lo había visto de frente, sin casco, sin ametralladora, sin bomba, peleando con toda la fuerza de sus puños y la convicción, que ya dijimos, era de otros. La vio venir hacia ella empuñando sus manos con fuerza. Un golpe, solo uno hubiera bastado para que la victoria perteneciera al otro lado de la balanza. Justo cuando divisó los nudillos dirigidos hacia el espacio en medio de sus ojos, recordó sus años de bailarina (aquellos remotos 15 años de usar tutú rosas) y escapó del ataque con la elegancia del mejor maestro de combate. La enemiga se desbalanceó (un error terrible) y cayó de bruces sobre un charco de tierra y sangre (sangre que era tanto de aliados como no). La veterana, al verla indefensa, se dejó caer de rodillas y sin importarle la bélica situación evitó que la enemiga se ahogara en aquella porquería. La tomó entre sus brazos a pesar del peligro latente y limpió su boca y nariz para evitar que la última sobreviviente, además de ella misma, muriera. “Todo va a estar bien, la guerra ha terminado” le decía, una y otra vez, primero para convencerla, después para convencerse, pero la enemiga se retorcía y pataleaba sin dejar de pellizcarla por todos lados. “Cálmate, todo terminó”, optó por cambiar de argumento, pero no había cambios en el comportamiento de la del rostro bonito. Seguramente fue el cansancio de todos aquellos días de guerra lo que hizo que la enemiga por fin dejara de resistirse a sus cuidados. “No puedo caminar más”, le dijo a la veterana cuando la primera estrella brilló en el cielo, totalmente ajena al desastre que bajo el manto de la noche se ocultaba. “No hace falta, vendrán a rescatarnos” le aseguró la veterana. “No podrán rescatarnos a las dos”, “¿Por qué lo dices?”, “Porque así son las cosas, no pueden haber victoriosos y derrotados en igualdad de circunstancias”, “Yo no me considero victoriosa”, “Yo tampoco”, “Entonces me da lo mismo si me comen los lobos”. Rieron, la situación era tan absurda que no había cosa más cuerda que reír. Se tomaron de las manos y esperaron el amanecer, medio esperando lobos que nunca llegaron. “No pueden haber dos sobrevivientes de bandos contrarios”, dijo la enemiga aún unida a las manos de la veterana. “Entonces seremos amigas y nos iremos a vivir lejos, muy lejos de la guerra, comeremos ciruelas y beberemos vino los domingos, sin responsabilidades”, “La guerra siempre nos seguirá, nunca olvides los escombros, nunca olvides los charcos de sangre y nunca olvides que siempre habrá que sobrevivir” y con el último suspiro destrenzó sus dedos de la mano amiga para dejarlos caer sobre el lodo. Había muerto, os e había dejado morir. Lo que pasó después, la veterana no lo recordaba (como pudo haberla enterrado y dedicarle una oración, igual pudo haberla dejado ahí tendida),  fue consciente de lo que ocurría alrededor suyo hasta que al medio día se encontró en la sima de la montaña de escombros, mirándolo todo sin ver nada. Era la última sobreviviente, la que había ganado todo (tierras, riquezas, prestigio y poder), dueña era de todo aquello que veía, incluso de la manada de perros salvajes que se acercaban al lugar, carroñeros. 

domingo, 18 de agosto de 2013

Y te llevas

Y te llevas tres partes de mi alma
y van a morirse mudas
tres personas que soy en nuestra intimidad
esa que desprecias
desgarras
conduces al mismo vientre de la desesperanza
y entonces
nada
soy despojo, sobras de lo que construí para ti
una cosa vacía
que se retuerce sin saber hacia dónde doblarse
porque todo ángulo duele
arde
pica
porque mi cuerpo está tendido
alumbrado solo con recuerdos que son tridentes asesinos
quiero abrir un hueco y enterrar la cabeza en las paredes
morder fango
comer estiércol
para sentir algo por lo menos
quiero que bebas mi sangre
para que sientas lo amarga
lo caliente
y ponzoñosa que se ha vuelto
quiero que te arrastres conmigo
y que dejes de dormir

porque yo no puedo.

viernes, 28 de junio de 2013

Marciano

Del primer día que te vi, tengo el recuerdo nítido el sabor de la gelatina de limón del hospital. La mejor gelatina de la vida. Mamá tenía la cara cansada y se había comido todo, menos la gelatina de limón. Eras chiquitita, te parecías a mis muñecos. Mamá me dijo: esta es tu hermanita, y yo pensé que era un día perfecto porque por fin, después de tanta espera, habías llegado y además había gelatina de limón. Yo tenía casi tres años. Es curioso lo que uno recuerda; a mí me gusta recordar colores o, mejor dicho, es lo que más recuerdo (como los pececitos naranjas, las flores rojas, los sillones grises, los edredones con globos de todos los colores) y a ti te recuerdo verde. Eras tan rara, como un marciano, porque eras verde, o la gelatina era verde y luego tu color favorito fue el verde… ¿ves? eras un marciano. La cosa más rara, chiquita, como venida de otro planeta: el planeta de la panza de mamá.
Y entonces nos tocó crecer juntas y llorar juntas y ver cómo mamá y papá  se querían y luego no, enfrentar monstruos, correr bajo la lluvia, nos tocó sabernos imperfectas, pelearnos, pelearnos, jugar y jugar, querernos y formar un grandioso equipo de dos.  

Del primer día que te vi, recuerdo la gelatina de limón y haberte puesto tu nombre, creer que eras una cosa muy rara y saber que en este mundo no había alguien más parecida a mí.

jueves, 14 de febrero de 2013



Coloquial.

Una historia de amor de mamá, otra de papá, de los dos juntos,  después a lo mejor de cada quien por su lado. Amor de hermanos, hermanas y otra vez papá y mamá, incondicionales. El primer amor en la secundaria, ese que no se podía ni ver a los ojos porque seguro se decía lo más tonto y se caminaba como bailarina de piernas de arroz con leche.  El platónico de la parada de la combi; el otro platónico del interior de la combi. El amor de verano, que cae en cliché porque la verdad es que en nuestra ciudad no se identifica del todo el verano.  Luego el desamor, y descubrir al amor de los amigos, de los videojuegos, de la música, de pasar el rato. Y que nadie te quiere, y que no, y que sí. El segundo amor que decides olvidar pero de vez en cuando te hace sacudir la cabeza, medio arrepentida, medio divertido, medio, media.  Desilusiones, ilusiones, decisiones. Tiempo. Porque el amor es también de tiempos, de momentos, de coincidir. Y entonces sus ojos… uff sus ojos, uff su sonrisa… y es lo que me completa, lo que me hace plena, feliz. Amor bonito. Problemas. Pasión. Amor. Conversaciones en cama, flatulencias..., risas, tantas risas, tardes, noches, estrellas, smog, estrés, consuelo, apoyo, silencios, deliciosos silencios.  Compañera del camino, compañera de la vida, mi amor.
“En la antigüedad los seres humanos teníamos dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos”. Ahora hay hornos para hacer prótesis a esos seres que de pronto nos hacen Uno.