miércoles, 28 de agosto de 2013

Veterana de guerra

La distraída confusión se hizo cargo del momento- si bien tal declaración es algo más que caos (si es que eso es posible)-. Sin tener a dónde ir, la veterana de guerra contemplaba aquel enorme montón de escombros que habían resultado de la última gran batalla (porque las últimas batallas suelen ser arrolladoras, terribles, desastrosas). Observó sus botas, que eran de suela dura, gruesa, con las que se pueden pisar hierros al rojo vivo, pedazos de vidrio, corcholatas  y hasta crayones; la verdad es que no eran tan importantes sus botas, sino la posibilidad que le ofrecían de escalar por encima de la montaña de escombros. Vieja, ella se sentía vieja, derrotada –aun siendo sobreviviente de vez en cuando manipulaba la vida solo con intuición, automáticamente, como los pulmones purifican el aire-, y en la derrota recordaba una y otra vez la última gran batalla. Habían cientos, miles, enfrentándose con un odio heredado, impuesto por los superiores que mandan al campo de batalla almas que no son las suyas pero que les pertenecen. Recordaba el rostro de su última muerte. Era un rostro bello (honestamente, la belleza se la otorgaba por la necesidad de no admitir que era un rostro muy similar al suyo, que consideraba horrible). En el último segundo de aquel día lo había visto de frente, sin casco, sin ametralladora, sin bomba, peleando con toda la fuerza de sus puños y la convicción, que ya dijimos, era de otros. La vio venir hacia ella empuñando sus manos con fuerza. Un golpe, solo uno hubiera bastado para que la victoria perteneciera al otro lado de la balanza. Justo cuando divisó los nudillos dirigidos hacia el espacio en medio de sus ojos, recordó sus años de bailarina (aquellos remotos 15 años de usar tutú rosas) y escapó del ataque con la elegancia del mejor maestro de combate. La enemiga se desbalanceó (un error terrible) y cayó de bruces sobre un charco de tierra y sangre (sangre que era tanto de aliados como no). La veterana, al verla indefensa, se dejó caer de rodillas y sin importarle la bélica situación evitó que la enemiga se ahogara en aquella porquería. La tomó entre sus brazos a pesar del peligro latente y limpió su boca y nariz para evitar que la última sobreviviente, además de ella misma, muriera. “Todo va a estar bien, la guerra ha terminado” le decía, una y otra vez, primero para convencerla, después para convencerse, pero la enemiga se retorcía y pataleaba sin dejar de pellizcarla por todos lados. “Cálmate, todo terminó”, optó por cambiar de argumento, pero no había cambios en el comportamiento de la del rostro bonito. Seguramente fue el cansancio de todos aquellos días de guerra lo que hizo que la enemiga por fin dejara de resistirse a sus cuidados. “No puedo caminar más”, le dijo a la veterana cuando la primera estrella brilló en el cielo, totalmente ajena al desastre que bajo el manto de la noche se ocultaba. “No hace falta, vendrán a rescatarnos” le aseguró la veterana. “No podrán rescatarnos a las dos”, “¿Por qué lo dices?”, “Porque así son las cosas, no pueden haber victoriosos y derrotados en igualdad de circunstancias”, “Yo no me considero victoriosa”, “Yo tampoco”, “Entonces me da lo mismo si me comen los lobos”. Rieron, la situación era tan absurda que no había cosa más cuerda que reír. Se tomaron de las manos y esperaron el amanecer, medio esperando lobos que nunca llegaron. “No pueden haber dos sobrevivientes de bandos contrarios”, dijo la enemiga aún unida a las manos de la veterana. “Entonces seremos amigas y nos iremos a vivir lejos, muy lejos de la guerra, comeremos ciruelas y beberemos vino los domingos, sin responsabilidades”, “La guerra siempre nos seguirá, nunca olvides los escombros, nunca olvides los charcos de sangre y nunca olvides que siempre habrá que sobrevivir” y con el último suspiro destrenzó sus dedos de la mano amiga para dejarlos caer sobre el lodo. Había muerto, os e había dejado morir. Lo que pasó después, la veterana no lo recordaba (como pudo haberla enterrado y dedicarle una oración, igual pudo haberla dejado ahí tendida),  fue consciente de lo que ocurría alrededor suyo hasta que al medio día se encontró en la sima de la montaña de escombros, mirándolo todo sin ver nada. Era la última sobreviviente, la que había ganado todo (tierras, riquezas, prestigio y poder), dueña era de todo aquello que veía, incluso de la manada de perros salvajes que se acercaban al lugar, carroñeros. 

domingo, 18 de agosto de 2013

Y te llevas

Y te llevas tres partes de mi alma
y van a morirse mudas
tres personas que soy en nuestra intimidad
esa que desprecias
desgarras
conduces al mismo vientre de la desesperanza
y entonces
nada
soy despojo, sobras de lo que construí para ti
una cosa vacía
que se retuerce sin saber hacia dónde doblarse
porque todo ángulo duele
arde
pica
porque mi cuerpo está tendido
alumbrado solo con recuerdos que son tridentes asesinos
quiero abrir un hueco y enterrar la cabeza en las paredes
morder fango
comer estiércol
para sentir algo por lo menos
quiero que bebas mi sangre
para que sientas lo amarga
lo caliente
y ponzoñosa que se ha vuelto
quiero que te arrastres conmigo
y que dejes de dormir

porque yo no puedo.