domingo, 25 de septiembre de 2011

Confesión redundante

Tan enamorada de la vida
de la muerte
del abismo en que me encuentro por amor
Enamorada de tus ojos
de tus manos
de tu sexo imaginado
de la manera en que imaginas que soy
Tan enamorada de quien me gustaría que fueras
enamorada del sol
del atardecer que viví contigo
enamorada del recuerdo
de tu ideal
del espejismo  de ti
Tan enamorada del destino
de la inconsistencia y del azar
enamorada de las horas que no han sido
enamorada de las que nunca serán.
Tan enamorada como niña
como risa como enojo como odio como loca
enamorada con instinto
Tan enamorada del deseo de un poco más de ti
enamorada en silencio a gritos
enamorada en tedio
enamorada en juegos
enamorada disimulada cínica triste
enamorada eterna y redundante
Tan enamorada sin voz de amor
enamorada amiga fiscal y Antígona
enamorada del reflejo del espejo de Alicia
enamorada de mujeres de hombres de momentos
Tan enamorada del surco de tu cuello que palpita
enamorada de mí perdida
enamorada de tu amor que no es mío
enamorada tu eterna enamorada.

En s

A Mima.


La reina, abeja en otros cuentos, lloraba desconsolada junto al brillante ataúd que hería con su fortísimo color caoba.
"No puede ser", se repite y llora desconsolada, tan perdida en su dolor que no distingue de quién es el hombro en el que se apoya.
La felicidad fue antes, no más. Se pregunta si este final significa que debió aprovechar los bueno tiempos un poco más.
La tristeza de esta tarde perdurará aún sobre las cenizas de la reina, ya no teme nada, todo lo ha sentido ya y sólo permanece, vieja sabia, como el chicozapote en el patio de mi otra abeja sobreviviente.
Ya nadie alivia su tristeza, algo más que un cuerpo murió, algo inefable, tan real como la partícula de Dios, tan de moda.
Mi abeja, vieja hoy más que nunca, llora desconsolada, se despidió del amor que nació de su entrañas. Apenas zumba, solloza, sabe sonar su susurro alado, triste, desconsolado y ya no vuela, apenas está suspendida en cada instante.