El cursor, pensó, palpita al mismo tiempo que mi corazón. Su
pensamiento fue cursi, lo admito, pero algo extraordinario había en el intento
de convertir aquel instante en algo trascendental. Palpitaba con su cursor y
aquello le dio la certeza de que era un buen momento para escribir cualquier
cosa. Entonces escribiré, se decidió. El vértigo de escupir en palabras sus emociones, de manera desordenada, pronto
le provocó un nuevo acto de valentía. Debería enviarle un mensaje, se aconsejó.
Por fin, después de los seis años que la había visto de todas las formas
posibles, quizás aquella noche tendría la oportunidad de aceptar que solo la
había visto con ojos de amor. Siempre. Pero quizá no, probablemente después de
todo uno no va y regala mensajes cursis escritos al ritmo de un cursor. Por otro lado, las ráfagas de valentía no son
algo que deberían desaprovecharse. Mejoró su puntuación y corrigió algunas
faltas de sintaxis, estaba lista para aventurar sus líneas palpitadas. A veces
lo mejor es arriesgarse, se animó. Aferró sus manos a la orilla de la mesa.
Esperando. Otra vez esperando, ella siempre la mantenía en espera (¿o ella se
plantaba a esperar?)Pronto obtuvo respuesta. Corta. Certera: Siempre.