Del primer día que te vi, tengo el recuerdo nítido el sabor
de la gelatina de limón del hospital. La mejor gelatina de la vida. Mamá tenía
la cara cansada y se había comido todo, menos la gelatina de limón. Eras
chiquitita, te parecías a mis muñecos. Mamá me dijo: esta es tu hermanita, y yo
pensé que era un día perfecto porque por fin, después de tanta espera, habías
llegado y además había gelatina de limón. Yo tenía casi tres años. Es curioso
lo que uno recuerda; a mí me gusta recordar colores o, mejor dicho, es lo que
más recuerdo (como los pececitos naranjas, las flores rojas, los sillones
grises, los edredones con globos de todos los colores) y a ti te recuerdo
verde. Eras tan rara, como un marciano, porque eras verde, o la gelatina era
verde y luego tu color favorito fue el verde… ¿ves? eras un marciano. La cosa
más rara, chiquita, como venida de otro planeta: el planeta de la panza de
mamá.
Y entonces nos tocó crecer juntas y llorar juntas y ver cómo
mamá y papá se querían y luego no,
enfrentar monstruos, correr bajo la lluvia, nos tocó sabernos imperfectas,
pelearnos, pelearnos, jugar y jugar, querernos y formar un grandioso equipo de
dos.
Del primer día que te vi, recuerdo la gelatina de limón y
haberte puesto tu nombre, creer que eras una cosa muy rara y saber que en este
mundo no había alguien más parecida a mí.