lunes, 7 de septiembre de 2009

En vela.

La noche pesa con toda su conciencia: las hormigas se vuelven grandes, las lagartijas se convierten en monstruos y todo parece esta a punto de devorarse a todo.
El cansancio no deja dormir y desearías tocar su piel, sentir sus besos, pero simplemente ella no está.
Se la llevó el verano y sus lluvias (a lo mejor fue el estúpido abril y su manía obsesiva por darse al drama).
Nada más queda esperar los caballos, fumar (tabaco liviano para no marearse, después de todo no soy un hombre), ver pornografía que siempre debe tener como base una historia de amor y calcular cuántas veces puedo rodar en mi cama sin estrellarme contra el piso.
Tedio... el spleen de Baudelaire combinado con el instinto homosexual de Viki Woolf y cobijado por mi cabeza que da mil vueltas para no coger el móvil y marcarle.
No voy a aumentarle a Pizarnik, no vaya a ser que me de por comer galletas de chocolate hasta la diabetes.
¿Alguién me desea buenas noches, por favor?

domingo, 6 de septiembre de 2009

A unas monedas más.

Había repasado toda la noche la carta que enviaría. Después de treinta y siete intentos fallidos por comunicarse con ella, la sonrisa que le devolvió el espejo esa mañana la convenció de que esta vez lo lograría.
La vería en la parada del camión como todos los días, la saludaría cortésmente y después introduciría la carta en la bolsa de lona que siempre utilizaba.
Calculaba que al tercer o cuarto día, cuando se encontraran nuevamente, ella sabría quién era la remitente de la carta y sucumbiría a su galanteo. Tal vez no sucumbiría, pero nada había que perder.
Sara aliso su cabello, destensó los músculos del cuello y partió al encuentro de lo que sería el final de una larga e individual travesía hacia el atrevimiento.
Al llegar a la parada del autobús sufrió arritmia, agravada cuando cayó en cuenta que no llevaba el pasaje completo.
Estaba cansada de esperar su mejor oportunidad.

Cascada

Levantó la vista por casualidad. Ahí estaba ella, con su sonrisa.
Alguien le había recomendado fijarse en sus labios; no le parecieron maravillosos. Se fijaba únicamente en su cabello. Lo que deseaba era conocer el aroma de la melena negra.
Ella encontró sus ojos y le dio un saludo casual desde lejos. Si supiera lo que pensaba no hubiera sonreído con tantas ganas.
Seguía el movimiento de sus manos al colocar su cabello sobre la derecha, luego sobre la izquierda.
Sonreía provocativamente, se convenció. Luego la desilusión, cuando su voz sonó dulce.
Devoraba unas galletas mientras intentaba imaginar lo que sería enterrar la nariz en aquel cuello.
Conocía su nombre y tenía pretextos para hablar con ella, pero no podía perder la oportunidad de fantasear por culpa de torpes cortesías.
Ella cambió de lugar. Ahora el perfil había sido suplantado por la espalda; la cascada negra cayendo libremente alborotó el último rastro de oportunidad de presentarse con soltura y saludar.
Necesitaba una corriente de aire que le trajera un poco de su aroma. Imposible. Nunca hay tanta suerte.
Los hombros podían adivinarse sin fantasear con el resto de su cuerpo pues sería riesgoso, insoportable.
Pronto se iría porque su reunión terminaba. Hasta este punto se percató de más personas en la mesa. Todos se despedían ya.
(Una vez le prestó su chaqueta porque llegó empapada y el aire acondicionado de la sala la hacía tiritar. El agua de lluvia impidió que el aroma se impregnara; lo buscó sin resultados, durante media hora, ya en su casa).
La despedida llena de su sonrisa, de sus labios comunes y de la imposibilidad de sentirla.
Regresaría a buscarla. Tal vez esperaría otra tarde de lluvia, una ráfaga de viento o una charla con alguno de sus amantes, posiblemente habría alguien capaz de describir su aroma.

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Hola.

Cuentos de mujeres y mujeres y mujeres.... blablabla.

¿Qué puede ser más divertido?

me resguardo en el dicho "en gustos se rompen géneros"

Vengan los dos primeros.