En la casa más importante de un
pueblo sin nombre, vive una mujer. No se sabe si es joven, vieja o si es una
niña. Tampoco se conocen el color de sus
ojos y de su cabello; es más, hay quienes afirman que tiene muchos rostros o
mejor dicho, cada habitante afirma que tiene uno distinto -que se parece a la
tía de alguien, a la prima de otro; que si tiene pinta de pirata, de vampiro,
de aguacil galáctico- pero todos están de acuerdo en que como vive
en la casa más importante, es imprescindible y así le aman.
Si bien en el pueblo, como
siempre han enseñado los viejos, nadie es indispensable, la mujer
desconocida es la excepción. Basta decir
que sin ella el pueblo sería como cualquier otro. Ella les da misterio, de
ese que trae su propio encanto y desata no solo una gran historia aburrida,
sino muchas, tan valientes, mágicas y estupendas como cada uno quiera.
La mujer misteriosa, que se
parece a todos, pero no se parece a nadie, canta. Gracias a esta afición todos
saben que sigue ahí. Hay cerebritos muy educados que han viajado a París
escribiendo tesis y recibiendo menciones honoríficas precisamente por estudiar
la importancia del canto de la mujer sin rostro.
Nadie dice semejante cosa, ni
siquiera se atreven a pensarlo mucho, pero todos en el fondo desean con todo su
corazón que el canto nunca cese. Eso es egoísta, lo saben, después de todo
nadie puede obligar a ninguna mujer a mantenerse cantando; sin embargo, si
dejara de cantar todos serían miserables, vulgar y corrientemente miserables.
Ella los vuelve especiales. A
todos en el pueblo y a las casas, a los pájaros, a las piedras de las calles y
a las macetas llenas de rosas y begonias y hasta cactus que parecen crecer más
bonitos en los corredores de las casas de aquel pueblo sin nombre.
Nadie sabe exactamente cuándo
nació, ni de qué color es su aura –adivinos y psicomagos de todo el mundo
organizan expediciones al pueblo solo para intentar descubrir alguno de estos
dos misterios- pero hay niños y perros que han afirmado, balbuceando y
ladrando respectivamente, que a veces brillan todos los colores detrás de las
ventanas de la casa más importante, pero eso no ha sido comprobado.
Sin embargo, todos los
habitantes han llegado a la misma conclusión: no importa conocerla. Tampoco
importa mucho cómo llegó a vivir en la casa más importante. Tampoco importa
cómo se volvió imprescindible. Lo que todos quieren es que permanezca ahí.
En la casa más importante de un
pueblo sin nombre, vive una mujer. No se saben muchas cosas de ella, a veces
solo se sabe que existe y al parecer, eso es suficiente.