domingo, 6 de septiembre de 2009

Cascada

Levantó la vista por casualidad. Ahí estaba ella, con su sonrisa.
Alguien le había recomendado fijarse en sus labios; no le parecieron maravillosos. Se fijaba únicamente en su cabello. Lo que deseaba era conocer el aroma de la melena negra.
Ella encontró sus ojos y le dio un saludo casual desde lejos. Si supiera lo que pensaba no hubiera sonreído con tantas ganas.
Seguía el movimiento de sus manos al colocar su cabello sobre la derecha, luego sobre la izquierda.
Sonreía provocativamente, se convenció. Luego la desilusión, cuando su voz sonó dulce.
Devoraba unas galletas mientras intentaba imaginar lo que sería enterrar la nariz en aquel cuello.
Conocía su nombre y tenía pretextos para hablar con ella, pero no podía perder la oportunidad de fantasear por culpa de torpes cortesías.
Ella cambió de lugar. Ahora el perfil había sido suplantado por la espalda; la cascada negra cayendo libremente alborotó el último rastro de oportunidad de presentarse con soltura y saludar.
Necesitaba una corriente de aire que le trajera un poco de su aroma. Imposible. Nunca hay tanta suerte.
Los hombros podían adivinarse sin fantasear con el resto de su cuerpo pues sería riesgoso, insoportable.
Pronto se iría porque su reunión terminaba. Hasta este punto se percató de más personas en la mesa. Todos se despedían ya.
(Una vez le prestó su chaqueta porque llegó empapada y el aire acondicionado de la sala la hacía tiritar. El agua de lluvia impidió que el aroma se impregnara; lo buscó sin resultados, durante media hora, ya en su casa).
La despedida llena de su sonrisa, de sus labios comunes y de la imposibilidad de sentirla.
Regresaría a buscarla. Tal vez esperaría otra tarde de lluvia, una ráfaga de viento o una charla con alguno de sus amantes, posiblemente habría alguien capaz de describir su aroma.

No hay comentarios: